martes, 1 de septiembre de 2015

Sólo otro niño muerto


Hace unos días vi la fotografía de un niño migrante (la razón de la migración, si era refugiado o "ilegal", me da lo mismo) muerto en la arena. Aún llevaba puesto el pañal. Parecía dormido. Lo único que se me ocurrió pensar fue… que el pobre ya no tendría que sufrir más. Qué pensamiento tan triste, qué idea tan horrible que este infanticidio premeditado por parte de los estados ricos del mundo quede como un número más en la lista de daños colaterales de las fronteras, la avaricia y el egoísmo.

Qué deshumanizada humanidad la nuestra, qué vergonzante comportamiento, qué desfachatez de indiferencia social. Cuánto nos queda aún por recorrer, por aprender. Mientras una minoría grita de indignación, la mayoría silenciosa asiente con cara de pena a esas víboras que dicen con falsa decencia que "por desgracia, aquí no caben todos". Pero mientras el borrego se limita a escuchar eso y sumirse en la deliberada ignorancia mirando para otro lado, aquellos creadores de opinión que añaden la lástima a su discurso genocida conocen por completo lo que ocurre, y por eso su falta, aunque menos común, es si cabe más deplorable, vomitiva. La insidiosa forma de dirigirse al público y a los que observan entre la incredulidad y la desesperación lo que ocurre, una forma que raya lo paternalista, no es más que un burdo disfraz para su monstruoso discurso.

Y he usado debidamente la palabra genocidio. Un genocidio cómplice entre varios estados, que condenan al sufrimiento, muerte y extermino a los de otras nacionalidades. Excepto, claro está, aquellos con dinero, que son los únicos que tienen libertad de movimiento en un mundo "globalizado" donde cualquier gran empresario puede mudarse en busca de trabajadores más desesperados para explotar o por simples vacaciones, pero un pobre no puede cruzar una frontera ni para buscar un trabajo ni para evitar la muerte de su familia. ¿Hipocresía dónde?

Ya no es que sea falta de memoria. Nuestros jóvenes emigran y son despreciados en países como Alemania o Reino Unido ahora mismo, pero seguimos en nuestro pedestal de primer mundo. Los malos, incultos, ladrones y, en fin, inferiores, son los otros. Esa doble vara de medir que levantamos a favor de los nuestros denota nuestra falta de visión, nuestra ignorancia y nuestro egocentrismo.

Y aún así, lo peor de todo no es que no hayamos puesto el grito en el cielo hasta que esta desdichada multitud ha golpeado desesperada las puertas de Europa. No, lo peor es que asumiremos un número de refugiados para calmar nuestra conciencia, del mismo modo que un rico le echa una moneda a un pordiosero para sentirse mejor, y luego olvidaremos a todas aquellas almas que aún están luchando día y noche por el fin de la guerra, el terrorismo y la muerte en sus países de origen.

Volveremos a nuestros vicios y a nuestras nimiedades, a nuestro enfado por la lentitud de internet o la programación aburrida. Cambiaremos de canal o bajaremos el volumen de las noticias para no oír más porque ya hemos hecho "lo que hemos podido". Dejaremos que la banalidad se coma nuestra conciencia una vez más. Pero necesitamos un cambio real, justo, decente y taxativo, porque por taparnos los ojos el mundo no va a dejar de girar.

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