sábado, 28 de abril de 2018

#Cuéntalo (mi juicio por abuso sexual)


Todo esto de La Manada y la sentencia me ha hecho recordar mi propio juicio. Yo debía rondar entonces los 13 o 14 años, pero los hechos sucedieron antes. Me tiré años sin decir nada y cuando se lo conté a mi madre entre lágrimas, temblando y con un "creo que han abusado sexualmente de mí" por supuesto que lo que menos quería era interponer una denuncia. Solo accedí cuando mi madre me dijo que tenía que hacerlo para proteger a otras chicas. Y yo recordé que, poco después de que pasara lo mío, había visto a ese depredador hablar con unas niñas pequeñas, unas hermanas que vivían por el barrio, y yo había apurado el paso y no había hecho nada. Así que tenía que denunciar. Aunque no quisiera. Por otras. Por sororidad, aunque entonces yo no supiera lo que era eso.

No quiero narrar lo que sucedió. O quizás es que no puedo. Aún no puedo. Pero creo que me siento más segura si lo enfoco desde un punto de vista judicial.

Me aseguraron que yo no tendría que ver a mi agresor (bueno, o abusador, tuve suerte y no me logró violar). Recuerdo los despachos y las preguntas. Tenías que contarlo todo una y otra vez. Recuerdo que yo miraba al suelo, intentaba mantener la calma y, sobre todo, la vergüenza a raya. Joder, qué culpable me sentía y cómo me costó entender que no había hecho nada malo. Recuerdo cómo, cuando me preguntaron dónde me había tocado, no supe cómo referirme a mis partes íntimas de un modo educado. Mi madre me ayudó sugiriéndome la palabra "entrepierna". Cada vez que oigo esa palabra, aún hoy, el recuerdo vuelve a mí y me siento turbada.

En los despachos no me presionaron demasiado. Fueron amables. Supongo que habría psicólogos, mi abogado defensor… No lo sé. Era todo muy confuso para mí.

Al principio, no lo conté todo. Me guardé lo que más me impactó. Y luego ya no lo dije nunca, porque había visto series y películas de investigación criminal y sabía lo que era ser coherente en las declaraciones. Cuando cogí fuerzas para contarlo todo, no pude, porque tuve miedo de que no me creyeran.

Así que, con casi toda la historia, llegó el momento del juicio. Oh, sorpresa, querían un careo. A mí me entró el pánico, pero al final me convencieron. No tendría que verle la cara, solo le vería de espaldas al testificar.

Y entonces fue el momento de las preguntas. Me habían advertido de que dijera la verdad y no me dejara confundir, aunque insistiera el abogado de la defensa, que me mantuviera en mis trece, que no me liara. No tenía ni la más remota idea de lo que me esperaba.

Como curiosidad, a esta mujer violada por la Manada la defensa hizo que la siguiera un detective para ver la vida que llevaba, para ver si "le había afectado" lo sucedido. A mí el abogado defensor me preguntó si había cambiado la ruta para ir al colegio y cuestionó si no lo habría hecho solo por ahorrar tiempo (aún cuando era más larga). Insistió tanto que al final creo que perdí los nervios y di una mala contestación. Me defendí porque me sentí atacada y no entendía porqué me atacaba. Y ya no me preguntó más al respecto; quizás el juez le llamó la atención, no lo sé, porque luego me quedé mirando hacia abajo sin más.

Esta parte merece que me detenga un momento. Resultaría gracioso si no fuera tan horrible. Joder, aún hay canciones, que hablan de esto, que no puedo escuchar porque me siento aterrada; han pasado más de dos décadas y aún tengo que superar lo mismo, una y otra vez, cada vez que tengo relaciones sexuales… ¡Por los dioses! Conseguí mi sueño de ser escritora y la dedicatoria de mi primer libro fue: "Gracias a todos los que me han hecho como soy, excepto a uno", adivinad quién era es uno. ¿Y viene el abogado a ver si he cambiado la ruta por la que voy al colegio para saber si me ha afectado en algo? ¿Pero qué broma es esta? ¿Son los hombres conscientes en algún grado de lo que te puede destrozar una experiencia así? ¡Y a mí ni siquiera llegaron a violarme!

En fin.

Luego se me cuestionó que aquel hombre, que llamaba "juegos de mayores" a las relaciones sexuales y me había dicho "¿quieres echarte al suelo y jugar a juegos de mayores conmigo?" tras repetidos tocamientos, quisiera violarme. Porque es que estábamos en un portal, menuda estupidez sería esa. Aunque en realidad era una garita que solo estaba acristalada a medias, pero bueno. En un portal… mira, como a la violada de San Fermín. Es curioso cómo queman las similitudes, incluso en casos tan diferentes.

Como la imposibilidad de moverme. Jamás en mi vida he pasado más miedo que cuando él me agarró del brazo para evitar que huyera. Porque fue todo lo que pude hacer, intentar huir, una vez me agarró me quedé paralizada y solo pude evitar que me arrastrara a una zona más recóndita del portal en el que estábamos. De nuevo, similitudes: la parálisis por el terror.

Creo que fue la única vez en mi vida que hubiera suplicado. Lo hubiera hecho si es que hubiera podido razonar lo bastante para articular alguna palabra más allá de "por favor, por favor, suélteme".

Cuando testificó él, tuve una sensación extraña. Estaba aterrada de que lo negara todo, de que le creyesen a él. Pero empezaron a preguntarle y admitió algunas cosas. Admitió lo de las revistas pornográficas que me enseñaba, por ejemplo, pero no el intento de violación. Y aún así me sentí aliviada porque era como si me estuviera volviendo loca, ya que era la única persona que sabía la verdad, o al menos la única que la admitiría, y todo el mundo me cuestionaba. Pero no, él asentía a las preguntas de cosas que me había hecho y a mí me daban ganas de echarme a llorar.

Se hizo un pacto. Nadie me preguntó qué quería. Tampoco supe de sus efectos hasta más tarde. Retiraron los cargos de abuso a cambio de admitir la corrupción de menores. Le condenaron a seis meses que creo que no cumplió, aunque no lo sé, y una minúscula indemnización, no sé si de 300 euros o algo similar. Le salió barato destrozarme la vida. O por lo menos dificultar enormemente todas las relaciones íntimas que he tenido con otras personas, dejarme tullida en el aspecto afectivo.

La gente dice que el tiempo lo cura todo, que estas cosas se superan si estás decidido a dejar el pasado atrás, algunos hasta te echan en cara que no "aproveches para aprender algo de las malas experiencias" o "te destroces la vida por no superarlo". Yo no estoy segura de que se pueda superar, de que nadie haya podido. Para mí es algo que jamás superaré, siempre estará en mí, pero he aprendido a convivir con ello, que no es lo mismo que superarlo pero tiene que valer. Tiene que valer.

Y mi historia, amigos míos, no es de las peores. Ni de lejos.

domingo, 25 de febrero de 2018

Mi visión anarquista del proceso soberanista catalán

Recuerdo cómo veía antes el llamado "conflicto catalán". Antes del famoso referendum o intento de referendum. Atrás, bastante más atrás. Cuando las diadas comenzaron a convertirse en concentraciones mayoritariamente independentistas, cuando CiU pasó mágicamente del centralismo legislativo al independentismo más acérrimo, cuando Catalunya estaba en boca de tertulianos de TV y no de los de barra de bar y cubata.

En esos días todo aquello me resultaba ajeno pues, si bien yo simpatizaba con unos mucho más que con otros, al fin y al cabo era un debate entre mantenerse en un estado o formar otro nuevo; nada que a un anarquista haga saltar de alegría, por así decirlo. Cierto es que cualquier movilización social (éticamente aceptable) contra el sistema imperante me produce un interés inmediato, una suerte de ansiedad expectante, aunque no comparta por completo las reivindicaciones. No puedo evitar el cándido anhelo de que cualquier chispa pueda prenderlo todo. Y, a pesar de ello, era un tema ajeno, externo a mis verdaderos intereses político-sociales.

Pero los anarquistas estamos, como se dice en Madrid, en todos los fregaos. Y últimamente, revitalizada como está la persecución a nuestro colectivo, más todavía. O nos metemos nosotros o nos meten otros.

Poco antes de llegar el temido 1-O los titulares de los periódicos se llenaban de enajenada alteración: "Anarquistas de toda Europa se disponen a crear altercados con la policía el día del referendum".

¡Acabáramos! En eso están pensando en Grecia y Lituania los anarquistas, en venir a apoyar el nacimiento de un nuevo estado. Claro que sí. Más que cabrearme, todo aquello me daba risa y un poco de vergüenza ajena, pero con la costumbre de ver majaderías semejantes en los medios del sistema, no me escandalicé demasiado ni le di mucha importancia.

Entonces empezó la cuenta atrás. Cada día que pasaba aumentaba la tensión. Muchos ya nos olíamos las hostias que iban a caer el 1 de Octubre. Y, dada la tendencia a la resistencia pasiva mostrada por el movimiento soberanista catalán, más que altercados me temía un aplastamiento brutal por parte de las fuerzas del estado. En un programa de la Sexta apareció el portavoz de un sindicato de maderos (no recuerdo cuál) diciendo que ese día se iba a atender al orden público, que era lo primordial y que la policía intervendría sin provocar enfrentamientos. No me partí de la risa de milagro. Ya sabía yo que no iban a mantener la porra en el cinturón, ¿por qué iban a hacerlo cuando contaban con el apoyo de las instituciones más poderosas del país y buena parte del pueblo español?

Esperaba el 1 de Octubre con una mezcla de lástima, rabia y deseos de que no hubiera ningún muerto, ya que lo que estaba claro era que iban a mancharse de sangre las calles. Por suerte no hubo que lamentar ningún fallecimiento, aunque no sería por el empeño de algunos en golpear cabezas.

Eran vísperas del día D cuando, entre los grupos de anarquistas que sigo en las redes, salió a la luz un llamamiento concreto que reclamó mi atención. No recuerdo las palabras exactas, pero nos instaba a todos los anarquistas a no acudir a las revueltas que previsiblemente sucederían durante el referendum, dado que aquella no era nuestra lucha.

Y de repente me entraron unas ganas casi irrefrenables de coger un autobús y plantarme en algún colegio catalán a organizar un Black Block. Lamento no haberlo hecho.

Detesto que me digan lo que debo o no hacer o cuales son o no son mis luchas. Pero, por encima de todo, desprecio a cualquiera que invite a otros a mantenerse pasivos cuando se prevé que el estado lance sus fuerzas contra el pueblo, y especialmente cuando quien lo dice es otro anarquista.

Porque… ¿qué es un anarquista que no está dispuesto a poner el cuerpo por medio cuando el estado agrede a una persona desarmada?

Sí, ya sé. Odiamos a CiU, a ERC y hasta las CUP. Y no digamos la obscena combinación de varios de ellos. Odiamos lo que quieren conseguir los independentistas porque queremos otra cosa distinta, mejor y más justa. Odiamos el estado, cualquier estado, hasta el que está por nacer. Odiamos que se desvíen las luchas, que se desclase en pro del nacionalismo, que se culpe al campesinado andaluz de las consecuencias de un capitalismo liberalista…

Sí, sí, lo sé. Yo también lo siento. La estelada sigue siendo una bandera, un trapo más. No me he olvidado. ¿De qué sí nos hemos olvidado? ¿Cuándo los anarquistas no hemos estado dispuestos a ser carne de cañón para evitar que el estado deje caer toda su fuerza contra el pueblo? Un pueblo desagradecido, que nunca ha reconocido los logros que ha conseguido a costa de nuestra sangre. Un pueblo olvidadizo, descastado, ignorante y que clama a veces por meternos a todos entre rejas, disfrutando de los derechos que nuestro movimiento le ha conseguido y él no se esfuerza por mantener.

El pueblo puede ser cruel, lo ha sido en muchas ocasiones. No hay muchos anarquistas reconocidos en los callejeros de nuestras ciudades, en los libros de texto ni en los monumentos contra los autoritarismos. El pueblo puede ser verdaderamente idiota.

¿Ha sido eso alguna vez impedimento para que saliéramos a defenderlo?

No hace mucho un sacerdote estadounidense contaba cómo un grupo de anarquistas rodeó a su congregación en una manifestación contra el racismo para protegerlos del ataque de unos nazis. Porque el anarquismo es así, rebelde, impredecible e incomprensible para quien no lo siente suyo, dispuesto a combatir, a evitar que linchen a unos idiotas que creen en amigos imaginarios.

Da igual si el pueblo catalán quiere montarse una república o pintar todas sus casas al gotelé. Sigue siendo el pueblo, nuestro pueblo (seas de donde seas, porque no entendemos de fronteras), agredido y oprimido por las fuerzas del estado.

Las excusas del "no es legal", "sabían a lo que se exponían", etc. no sirven con nosotros. Pero la no-defensa de algo que no nos incumbe tampoco debería servirnos. Los anarquistas nos hemos aliado con comunistas, republicanos, demócratas y hasta monárquicos cuando ha sido necesario para luchar contra un enemigo aún peor que quería maltratar al pueblo. ¿Vamos a andarnos con remilgos ahora? ¿Qué pasa, quizás algo del resquemor españolista nos ha calado en los huesos?

De la noche a la mañana, mientras seguía en distintos canales lo que acontecía, donde las imágenes de violencia policial y represión se sucedían, de repente, la lucha de los soberanistas se convirtió en la mía, aunque fuera solo en aquel aspecto, en aquel momento, de forma puntual. Pero lo era.

Aunque supiera que en su nuevo estado mi ideología estaría perseguida como en todos e imperaría un capitalismo voraz, aunque fuera consciente de mi desdén a su identidad nacional y sus símbolos, aunque no compartiera sus ideas, su reivindicación ni su defensa de las urnas. Mi lugar estaba allí, entre la gente apaleada levantando las manos y los lacayos del estado golpeando. Entre los opresores y los oprimidos, los encarcelados y los que privan de libertad.

Ese ha sido y siempre será mi lugar.

A lo mejor es que yo no he entendido nada del anarquismo.

O a lo mejor son otros los que no entienden nada.